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lunes, 20 de junio de 2016

La cruda realidad tras los icónicos carritos de comida de Nueva York


Repartidos por toda la ciudad, los carritos de comida de Nueva York son tan conocidos como sus taxis amarillos o las luces de Times Square, pero en la cocina de estos restaurantes móviles se esconde una cruda realidad de precariedad laboral y administrativa.

Banca y Negocios / EFE

A pesar de trabajar entre 6 y 7 días a la semana con un ritmo laboral frenético durante gran parte de la jornada, este negocio no garantiza la autonomía financiera de sus comerciantes, puesto que las ganancias que una carreta acumula a lo largo del mes van más allá del dueño del carretón.

Los dividendos, en la mayoría de ocasiones, se reparten entre el comerciante -que recibe un sueldo del dueño del carro-, el propietario del auto y el tenedor de la licencia o permiso.

Las vistosas carretas venden desde cafés a primera hora de la mañana hasta perritos calientes en cualquier momento del día, pero a diario luchan contra la feroz competencia de las grandes cadenas de comida rápida que ocupan los distritos de Nueva York, como Starbucks, Dunkin’ Donuts o McDonald’s.

El puertorriqueño Diego, que no quiso revelar su nombre completo y que lleva más de una década en este oficio, contó a Efe cómo el sueldo que gana semanalmente tras la plancha apenas permite a su familia llegar a fin de mes.

“En casa somos 4, y hay que tirar adelante. Tengo la suerte de poseer el 20 % del carrito”, dijo el comerciante con cierto orgullo cuando desmontaba su carreta al final de la jornada, a las 8 de la tarde, en una de las calles más concurridas del centro de Manhattan.

Diego, que vive en el distrito de Queens, a casi una hora en auto del puesto donde aparca la carreta, continuará la jornada la siguiente madrugada a partir de las 5, cuando suena su despertador y se dirige hacia uno de los aparcamientos de carretas del barrio, donde por las noches deja impoluta su pequeña cocina andante.

Muchos de los comerciantes detrás de la barra son inmigrantes de países centroamericanos o de Europa del este que, si pueden regentar su carrito en las zonas más transitadas de la ciudad como el centro de Manhattan o el distrito financiero, ganan cerca de 700 dólares a la semana.

Esa cantidad, que equivale a unos 35.000 dólares al año, es “insuficiente”, según Diego, para tirar una familia adelante en una ciudad tan cara como Nueva York.

Por otro lado, más allá de las bajas rentas, los dueños, en ocasiones también ilegales, deben hacer frente a la batalla administrativa para conseguir un permiso para legalizar el negocio.

Según el código administrativo de la ciudad, las licencias para operar en las calles de Nueva York no pueden ser ni vendidas ni transferidas a terceros, sin ninguna excepción.

Esta legislación, aun así, “se infringe a menudo”, según otro carretero que no quiso revelar su identidad.

El portal económico Crain’s New York explica que este mercado negro tiene un valor estimado de entre 15 millones a 20 millones de dólares al año que “cuesta a la ciudad millones en gastos potenciales”.

“Un 30 % de lo que ganamos cada semana lo debemos mandar al dueño de la licencia”, dijo a Efe Armando, comerciante del sur de Manhattan que lleva tres años en el puesto y que alertó de que esta situación no mejora.

De hecho, se estima que entre el 70 y el 80 % de las licencias para los carritos, que más allá de su coste son difíciles de adquirir debido a los controles del Departamento de Salud del Estado de Nueva York, son transferidas de forma ilegal y usadas por personas distintas al titular del permiso.

El mismo portal de noticias indica que alquilar un permiso de dos años para estos vendedores ambulantes puede costar cerca de 20.000 dólares, por lo que ser el dueño del carrito no implica quedarse con toda la ganancia, que suele ir destinada también al propietario.

Pero a pesar de que solo el carro de comida equipado con las planchas para cocinar y los refrigeradores pueden costar más de 30.000 dólares, estos restaurantes sobre ruedas no hacen más que aumentar y multiplicarse.

Con el paso de los años, el sector de la restauración de bajo coste, que se inició en la Gran Manzana, es también una oportunidad laboral para cientos de inmigrantes, que llegan a Nueva York y encuentran en los también llamados “Foodtrucks” una oportunidad para iniciar un curso laboral en la ciudad.


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