El pollo en brasas costaba 199 bolívares en esa esquina de Caracas. Era octubre de 2013 y el periodista venezolano Luis Carlos Díaz tomó la foto en una tienda por la que pasa todos los días. Casi dos años después, el mismo pollo en la misma tienda cuesta 1,390 bolívares.
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Por Damià S. / Bonmatí @damiabonmati / Univision.com
Han pasado 12 fotos, 21 meses y muchas cosas: Venezuela se convirtió en el país con la mayor inflación del mundo, la escasez es un problema cotidiano y los saqueos, como ocurrió en los últimos días, han afectado a más de un centenar de comercios.
Un periodista en Venezuela decidió medir la devaluación del bolívar a través de este plato tradicional.
Desde diciembre, el Banco Central de Venezuela no ha publicado datos sobre la inflación. "Los venezolanos, como no tenemos indicadores oficiales, creamos nuestros propios indicadores, que tal vez no concuerdan con los agregados macroeconómicos, pero es lo más cercano a un registro de inflación cuando no se publican los datos oficiales”, explica Anabella Abadi, economista venezolana, del grupo consultor ODH.
Aunque Luis Carlos Díaz no es ningún banco central, sus fotos compartidas con sus más de 85,000 seguidores en Twitter son algo así como un termómetro de referencia para algunos. “Hay indicadores domésticos que pueden explicar grandes procesos”, explica el padre de la idea de tomar periódicamente una foto en la tienda para llevar un cierto recuento de la inflación.
Sus fotos del establecimiento conforman el Índice de Pollo en Brasas, que tiene hasta sigla: IPB. Para un venezolano con salario mínimo de 370 bolívares al día, el pollo entero –sin refresco ni hallaquitas para acompañar- le cuesta actualmente el sueldo de casi cuatro días de trabajo.
Cuando las autoridades de Venezuela publicaron los niveles de precio por última vez, en diciembre de 2014, la inflación era del 68.5%, comparado con el 2.9% en Colombia y 6.3% en Brasil. El Fondo Monetario Internacional estima que la inflación se situará en el 96.8% este año. Algunos analistas temen que supere el 100%. El costo de la vida se habría duplicado en un año.
“El pollo en brasas te habla del aparato productivo nacional, que sea tan caro es porque no se produce pollo”, analiza el periodista y blogger. No solo se trata de la escasez de pollos para vender: faltan vacunas y comida para las aves; mueren de calor miles de pollos a causa de los cortes de electricidad en el centro del país.
Y se trata de mucho más. El 70% de los bienes que llegan a los consumidores venezolanos, incluida la comida, son importados del extranjero, según datos del centro de investigación política Brookings.
E importar no es fácil: a las complejas regulaciones para poder comprar fuera, se le suma el control de divisas, que desde 2003 ha creado un laberinto comercial. Hay tres mercados oficiales de divisas a precios preferenciales vigentes en Venezuela, y en ellos cuesta mucho encontrar dólares. Comprar dólares en el mercado negro puede salir 100 veces más caro.
Los precios de venta al público de los productos que no son alimentos básicos o medicinas se disparan. Un importador de aceite de girasol, uno de los productos básicos según el gobierno, necesita 6.3 bolívares para hacerse con 1 dólar y pagar por la mercancía. Un importador de celulares necesitará normalmente 198 bolívares para comprar ese mismo dólar y enviar los aparatos desde el extranjero.
Dependientes del oro negro
En los buenos tiempos del petróleo, este país de 33 millones de habitantes apostó buena parte de sus cartas al oro negro. Su estructura económica depende ahora principalmente de la exportación de petróleo y los servicios, mientras la industria, tanto pública como privada, se ha desarmado hasta tener un papel secundario.
“El petróleo provee 96 de cada 100 dólares que ingresan a Venezuela, y la falta de suficientes ahorros para enfrentar el descenso del precio del barril desnudó a una economía que, en los últimos diez años, amplificó la dependencia en las importaciones”, destacó esta semana el periodista especializado Víctor Salmerón en la revista digital Prodavinci.
“La consecuencia es desabastecimiento, largas filas a las puertas de los supermercados, racionamiento, saqueos y una inflación galopante que merma la capacidad de compra del salario”, escribió.
En los últimos meses, los inventarios de productos han caído en picado. En abril, la última vez en que se filtró el índice oficial que mide la escasez de productos, faltaban tres de cada diez bienes de consumo básico. En Caracas podría estar ya en seis de cada diez, según una encuesta de junio de la firma Datanalisis.
En los últimos meses, no se encuentra aceite de maíz ni café molido ni leche pasteurizada, y se hace difícil conseguir carne, pescado, pañales, champú y pasta dental, entre otros.
Precios dispares
Además, hace 15 años, en Venezuela circulaba un bolívar por cada uno que la economía generaba; hoy por cada uno producido circulan 124. Desde 2007, el Banco Central no es autónomo y depende directamente del ejecutivo. En la calle, por el mismo producto, se acaban pidiendo muchos más billetes. Abundan, quizás sobran.
Mientras productos como el pollo al horno están disparados, otros alimentos subvencionados tienen un precio estable. Pero los precios subvencionados ni afectan a todos los alimentos ni llegan a todo el mundo.
La comida distribuida por la red pública de tiendas llega a una minoría de la población: entre el 8% y el 15%, según sean datos privados u oficiales.
En las tiendas de la red pública, uno puede conseguir pollo crudo a 60 bolívares el kilo; en una tienda privada se compra por unos 300. Las colas para hacerse con un producto subvencionado son ya una estampa cotidiana. Requieren esperas de seis, siete horas, incluso toda una noche.
Entre los que hacen cola están quienes se dedican a esperar, esperar, esperar, comprar y revender: los bachaqueros. Para la economista Anabella Abadi, la multiplicación de los bachaqueros en las calles da pistas de hacia dónde va la economía: hacia una mayor escasez y más inflación.
También dan pistas el precio del menú de McDonald’s más barato -o en el caso venezolano, el menos caro-; los horarios reducidos de las tiendas y los miles de comercios que han cerrado -por falta de stock-.
“Son indicadores, pero le permiten a una familia ver cómo evoluciona la situación”, explica Abadi desde Caracas. “Para medir la inflación, lo que hace Luis Carlos Díaz es ideal: agarrar un indicador fijo, en la misma tienda, y ver cómo evoluciona”.
El pasado viernes, la máxima institución judicial de Venezuela declaró inadmisible una demanda contra el presidente del banco central por no publicar datos macroeconómicos. La oenegé Transparencia Venezuela argumentó, sin éxito, que publicar las cifras era una obligación de las autoridades.
A falta de datos, el padre del indicador del pollo en brasas, Luis Carlos Díaz, lo tiene claro: “El pollo da una fotografía del país muy importante”.
La imagen de un país sin datos macroeconómicos y con una inflación desatada, y eso es solo un pedazo de la foto.
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