La temporada de mangos en Venezuela está proporcionando algo de alivio tras el empeoramiento de la escasez de alimentos que ha obligado a los pobres a saltarse las comidas y precipitado una serie de recientes saqueos.
Reuters / Banca y Negocios
Frente a las enormes colas para comprar alimentos cada vez más escasos, más y más personas están recurriendo a los exuberantes árboles de mango, coco y lechoza que se yerguen a lo largo del país.
Antes era usual ver a niños arrojando piedras para derribar jugosos mangos, pero ahora se les unieron los trabajadores durante sus horas de almuerzo, mientras los padres de familia construyen largos palos para alcanzar los frutos más alejados.
“A veces, cuando no hay nada en la nevera, bajo dos mangos”, dijo Juany Iznaga, una adolescente de 13 años cuya familia se salta algunas comidas desde que su madre perdió su trabajo en la alcaldía de La Fría, estado Táchira. “El mango ayuda un poquito, le llena a uno”.
Actualmente la población está consumiendo más carbohidratos y menos proteínas, y muchos dicen que no pueden permitirse tres comidas al día.
Por ello, la temporada de mangos está siendo recibida como nunca antes.
“Ahorita no se puede botar nada, ni la concha (cáscara)”, confesó Iris García, ama de casa de 58 años, cuyo hijo recoge mangos en la península de Paraguaná.
“ES LO QUE TENEMOS”
A medida que la recesión reduce el empleo y la inflación aplasta el poder adquisitivo, las esquinas se llenan con vendedores informales de frutas recién cortadas.
Josué Moreno dejó su trabajo hace cuatro meses en una planta embotelladora de agua y ahora vende cocos, cobijado por la sombra de los árboles en una concurrida calle de La Fría.
“Este trabajo es más fácil”, discurrió Moreno, de 19 años, mientras cortaba la fruta con un enorme cuchillo para dársela a un sediento cliente. “El coco se da solo, no tienes que estar encima de él”.
Aún así, las frutas tropicales no son sustitutos de una dieta adecuada, y las protestas se están extendiendo a medida que los camiones repartidores desaparecen de la vista.
Durante dos días, Adrián Vega ha estado comiendo galletas con mango del árbol de su patio trasero en Bolívar.
“Por lo visto, seguiré comiendo mango por varios días más porque es lo que tenemos”, se lamentó el estudiante de 23 años.
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