Los países del mundo necesitan líneas de crédito y apoyo para evitar el colapso de sus sistemas financieros y la ocurrencia de una crisis con innumerables repercusiones.
ALBERTO JOSÉ HURTADO B. | EL UNIVERSAL
Mientras el Covid-19 se propaga y los gobiernos adoptan medidas drásticas para frenar la enfermedad, también se está generando una crisis económica mundial de nuevas proporciones respecto a la pérdida generalizada de puestos de trabajo, al cierre de empresas y el colapso de los mercados financieros. Acerca de este último ámbito, menos asociado como impacto de la pandemia, ya se identifica una ola de crisis financieras en economía emergentes.
En este sentido, Ecuador y Zambia han sido los primeros países en incumplir sus compromisos con los mercados financieros. Argentina pospuso sus negociaciones con acreedores, Turquía se muestra cada vez más vulnerable, mientras que Sudáfrica parece ser el siguiente país con problemas para atender sus obligaciones financieras. Además, los colapsos en los tipos de cambio elevan las alarmas y dan cuenta de quiénes pueden seguir: Brasil, Rusia y México, debido a la alta volatilidad de sus monedas.
Estas economías emergentes están siendo testigos de la salida de capital más grandes de la historia, mucho más grande que la experimentada durante la crisis financiera mundial. De esta manera, enfrentan un clima de elevada incertidumbre debido a acontecimientos para los cuales las respuestas tradicionales no sirven. El colapso de los tipos de cambio frente al dólar estadounidense ha incrementado la deuda denominada en dicha divisa. La estrepitosa caída de los precios del petróleo y demás materias primas tiene en mínimo la cartera de los países exportadores de estos productos. Las actividades generadoras de moneda extranjera como las exportaciones bienes y la prestación de servicios (i.e. turismo) están paralizadas. Mientras que el aumento de los rendimientos de los bonos ha aumentado los costos del endeudamiento.
Así, están restringidas las fuentes vitales de ingresos y divisas que muchos países podrían utilizar para pagar sus deudas. Y la estrategia de tasas de interés próximas a cero, e inclusos negativas, no ha impedido que la refinanciación de deuda sea casi imposible.
Aunque el sistema financiero mundial aprendió la lección de 2008, las estrategias de gestión de riesgo hasta ahora implementadas parecen no ser suficiente. En la actualidad los bancos están bien capitalizados; los marcos de supervisión son más fuertes; las tasas de cambio son más flexibles y pueden absorber mejor los choques; los grandes desequilibrios en cuenta corriente se han reducido considerablemente; y la combinación de baja tasa de inflación con una mayor credibilidad macroeconómica han permitido que muchas economías tengan libertad e independencia de política monetaria y fiscal. Pero la gran magnitud de la crisis Covid-19 implica que incluso los países en mejores condiciones recibirán un golpe.
Los países del mundo necesitan líneas de crédito y apoyo para evitar el colapso de sus sistemas financieros y la ocurrencia de una crisis con innumerables repercusiones. El problema es que los recursos disponibles para los países cuando enfrentan una crisis financiera están fragmentados en muchos organismos diferentes y descoordinados que no cuentan con los recursos necesarios para proporcionar incluso el mismo nivel de apoyo que se necesitaba en crisis menores en el pasado (FMI, BM, entre otros). Y las organizaciones regionales no tienen el músculo suficiente para atender las necesidades de sus Estados miembros.
En esta coyuntura, el uso de líneas de intercambio bilateral de fondos debe ser una prioridad. Pueden funcionar como préstamos temporales que ayuden a estabilizar a las economías y protejan a millones de personas que dependen del día a día gracias al esfuerzo propio.
@ajhurtadob
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