Las redes de camiones que distribuyen alimentos han sido sometidas a ataques constantes, por lo que ahora la comida en Venezuela debe ser transportada con la protección de vigilantes armados.
Por Nicholas Casey / nytimes.com/es
Soldados vigilan las panaderías. Las balas de goma de la policía antidisturbios son utilizadas contra las multitudes desesperadas que asaltan tiendas de comestibles, farmacias y carnicerías. Una niña de 4 años murió luego de recibir un disparo mientras bandas callejeras se peleaban por comida.
Venezuela está convulsionada por el hambre.
Hace poco, cientos de personas en la ciudad de Cumaná, el hogar de uno de los héroes de la independencia, saquearon un supermercado mientras reclamaban por los alimentos. Forzaron la enorme puerta de metal que resguarda el local y entraron arrebatando agua, harina de maíz, sal, azúcar, papas y cualquier cosa que encontraron. Solo dejaron los congeladores rotos y los estantes volcados.
Esto demuestra que, incluso en el país con las mayores reservas de petróleo del mundo, es posible que la gente desate revueltas porque no hay suficiente comida.
En estas dos semanas más de 50 disturbios, protestas y saqueos en masa han estallado en todo el país. Decenas de empresas han sido saqueadas o destruidas. Al menos cinco personas han muerto.
Esta es la Venezuela que sus actuales líderes se comprometieron a evitar.
En uno de los peores momentos de la nación, los disturbios se extendieron desde Caracas en 1989, y han dejado cientos de muertos por la represión de las fuerzas de seguridad. Estos hechos son conocidos como el “Caracazo”, desatado por los bajos precios del petróleo, los recortes en los subsidios y una población que se empobreció de repente.
El presidente Hugo Chávez dijo que la incapacidad del país para proporcionarle alimentos a la población, y la represión del Estado, eran las razones por las que Venezuela necesitaba una revolución socialista.
Ahora sus sucesores se encuentran en una crisis similar o incluso peor. La nación busca cómo alimentarse en medio de la desesperación.
El colapso económico de los últimos años ha incapacitado la producción nacional de alimentos o la importación de los rubros necesarios. Las ciudades se han militarizado por un decreto de emergencia del presidente Nicolás Maduro, el hombre que Chávez escogió para continuar su revolución.
“Si no hay comida habrá más disturbios”, dijo Raibelis Henríquez, de 19 años, que esperó todo un día para comprar pan en Cumaná donde al menos 22 empresas fueron atacadas en un solo día la semana pasada.
Sin embargo, aunque los disturbios y enfrentamientos suceden en todo el país, el hambre es la mayor fuente de inquietud. El 87 por ciento de los venezolanos dicen que no tienen dinero suficiente para comprar alimentos, según reveló un estudio reciente de la Universidad Simón Bolívar.
Alrededor del 72 por ciento del salario mensual se gasta en la compra de alimentos, según el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros.
En abril, el centro divulgó un estudio en el que demostraba que una familia necesitaría 16 salarios mínimos para lograr una alimentación balanceada.
Al preguntarle a la gente de Cumaná cuándo fue la última vez que comieron, muchos respondieron que no habían podido alimentarse ese día.
Entre ellos estaba Leidy Córdova, de 37 años, y sus cinco hijos: Abran, Deliannys, Eliannys, Milianny y Javier Luis de edades comprendidas entre uno y los 11 años. El jueves por la noche la familia no había comido desde el mediodía del día anterior, cuando la madre hizo una sopa de piel de pollo y grasa que había encontrado barata en la carnicería.
“Mis hijos me dicen que tienen hambre”, dijo Córdova mientras la miraba su familia. “Y todo lo que puedo decirles es que hay que sonreír y aguantar”.
Otras familias tienen que elegir lo que van a comer. Lucila Fonseca, de 69 años, tiene cáncer linfático y Vanessa Furtado, su hija de 45 años, tiene un tumor cerebral. A pesar de estar enferma, Vanessa deja de comer para que su madre no se salte las comidas.
“Antes yo era gorda, pero ya no”, dijo la hija. “Nos estamos muriendo mientras sobrevivimos”. Su madre agregó: “Ahora estamos viviendo la dieta de Maduro: no hay comida, no hay nada”.
Los economistas dicen que luego de años de mala gestión económica —que empeoró por los bajos precios del petróleo, la principal fuente de ingresos de la nación— ha colapsado el suministro de alimentos.
Los campos de azúcar en el centro agrícola del país están paralizados por la falta de fertilizantes. La maquinaria se pudre sin ser utilizada en las fábricas estatales que están clausuradas. Alimentos básicos como el maíz y el arroz, que antes se exportaban, ahora deben ser importados y llegan en cantidades insuficientes para lograr el abastecimiento.
En respuesta a esta situación, Maduro reforzó el control estatal sobre el suministro de alimentos. Por medio de los decretos de emergencia que firmó este año, el presidente puso la distribución de alimentos en las manos de grupos de ciudadanos que conforman brigadas leales a su gobierno de izquierda, una medida que los críticos definen como una clara reminiscencia del racionamiento de alimentos en Cuba.
“Están diciendo, en otras palabras, que puedes tener comida si eres mi amigo, si eres mi simpatizante”, dijo Roberto Briceño-León, el director del Observatorio Venezolano de Violencia, un grupo de derechos humanos.
Es una nueva realidad para Gabriel Márquez, de 24 años, que creció durante los años de bonanza cuando Venezuela era un país rico y era inimaginable pensar en estantes vacíos. Estaba parado frente a un supermercado de Cumaná destruido por una turba: en el local solo quedaban un montón de botellas rotas, cajas y estantes. Unas personas, entre ellas un policía, buscaban entre los escombros algún alimento para llevarse.
“Durante el carnaval nos lanzábamos huevos para bromear y pasar un buen rato”, dijo. “Ahora un huevo es como el oro”.
Por la carretera de la costa se llega a un pequeño pueblo de pescadores llamado Boca de Uchire. Este mes cientos de personas se manifestaron cerrando un puente para protestar porque los alimentos no llegaban. La gente exigió la presencia del alcalde pero como no llegó saquearon una bodega china.
Abrieron la puerta con picos y saquearon la tienda, descargando su ira contra la potencia mundial que ha prestado miles de millones de dólares para apuntalar la economía de Venezuela en los últimos años.
“Los chinos no nos venden a nosotros”, dijo un taxista que presenció los hechos. “Así que quemamos sus tiendas”.
Maduro está luchando contra el referendo que busca acortar su periodo presidencial y asegura que es la oposición la que se encuentra detrás de los ataques a las tiendas.
“Le pagaron a un grupo de delincuentes y los llevaron en camiones”, dijo el sábado en una alocución televisiva mientras prometía compensar a quienes perdieron sus propiedades.
Al mismo tiempo, el gobierno también culpa a una “guerra económica” de la escasez. Acusa a los comerciantes de acaparar alimentos y cobrar precios exorbitantes para crear una escasez artificial con el fin de sacarle provecho a la miseria del país.
Muchos propietarios de tiendas se sienten en estado de sitio, en particular los que no tienen nombres españoles.
“Mira cómo estamos trabajando”, dijo María Basmagi, cuya familia emigró de Siria hace una generación, mientras señalaba a la reja de metal que resguarda la ventana de su tienda de zapatos.
Su local está en el bulevar comercial de Barcelona, otra ciudad costera sacudida por los disturbios de la semana pasada. A las 11 de la mañana del día anterior, alguien gritó que había un ataque dirigido por el gobierno en las inmediaciones. Todas las tiendas cerraron por el miedo.
Otros negocios permanecen abiertos, como una panadería en Cumaná donde una fila de 100 personas serpenteaba alrededor de una esquina. A cada comprador solo se le permitió adquirir un poco más de 300 gramos de pan.
Robert Astudillo, de 23 años y padre de dos hijos, no estaba seguro de que quedaría algo para cuando fuera su turno. Dijo que todavía tenía harina de maíz para hacer arepas, un alimento básico en Venezuela. Su familia no había comido carne en meses.
“Hacemos más pequeñas las arepas”, dijo.
En el refrigerador de Araselis Rodríguez y Néstor Daniel Reina, padres de cuatro niños pequeños, no había ni siquiera harina de maíz. Solo tenían unos limones y algunas botellas de agua.
La familia había comido pan en el desayuno y de almuerzo una sopa de pescado, gracias al padre que es pescador. La familia no tenía nada para la cena.
No siempre quedan claros los motivos de los disturbios. ¿Es solo el hambre o es la rabia acumulada en un país que se derrumba?
Inés Rodríguez no conoce la respuesta. El martes en la noche una multitud llegó a saquear su restaurante mientras les imploraba que agarraran todo el pollo y el arroz que tenía si solo le dejaban el mobiliario y la caja registradora. La gente simplemente la empujó y entraron.
“Ahora vemos al hambre y la delincuencia unidas”, dijo.
Mientras hablaba, tres camiones rodeados por patrullas armadas y adornados con fotos de Chávez y Maduro pasaron cerca. Eran los camiones que transportaban alimentos.
“Finalmente vienen”, dijo Rodríguez. “Y mira lo que se necesitaba para conseguirlos. Tuvo que suceder este saqueo para que nos manden algo de comer”.
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